sábado, 14 de febrero de 2009

Un 14 de Febrero.


Hoy desperté cómodamente apoyado sobre las almohadas de plumas como cualquier día, me senté en la cama como cualquier día, frente a mí el espejo estaba, mi pelo se encontraba algo desordenado como cualquier día, me bañé y me vestí como cualquier día, volví a mi habitación, los duendes la estaban aseando como cualquier día, cuando acabaron y por la ventana salieron, solo me quedé en la alcoba como cualquier día, miré por la ventana y los dos soles presentes estaban como cualquier día, me puse la corona como cualquier día, el castillo era silencioso como cualquier día, fuí al calendario que a mis espaldas se encontraba, miré la fecha y -¡Ay no, hoy no es cualquier día! - no estaba preparado, todo fué derrepente, ¿lo olvidé?, salí de mi habitación cruzando el largo pasillo, bajé por las escaleras de mármol, - Ay que estúpido, olvidé mis guantes- volví en busca de los guantes, estaban en la cajita junto a la cama, me los puse y volví casi corriendo antiprotocolarmente por las escaleras, llegué abajo, en medio del vestíbulo estaba - ¡Miiiiiiiiimo! ¿donde estás? ¿por qué no estás cuando te necesito? yo no sé, hoy es un día se supone distinto para todos y no puedo desentonar, soy el Príncipe, ¡Miiiiiiiiiiiiiiiimo!, no estás, no importa, mejor saldré - me acerqué a la puerta principal, abrí con afanoso tesón, corrí por el puente, llegué al bosque, continué corriendo, y luego de un largo tiempo haciéndolo al cristalino lago llegué, me senté en una roca que al parecer limpia estaba, mirando la luz refractar en el cristal, -Nada hay para hoy, al parecer, ¿deberé improvisar? eso creo - Una hora sentado me quedé, todo en silencio estaba, el ambiente era extraño, el viento soplaba suavemente y hacía cosquillas en mi cuello, mi capa se movía al ritmo del viento, me puse de pie y ésta vez lentamente a la casita del Muñeco me dirigí, sí, ese Muñeco, aquel Muñeco, ese que de sólo imaginarlo en mi cabecita dibuja sonrisas en mí, ese que suelo mirar por la ventana, ese al que a menudo recito en secreto sentado en la torre, ese que ha plasmado tantos abrazos en mi cuerpo, ¡ese!, sí, ese Muñeco, improvisar, eso haré. A su casa llegué luego de mucho caminar, toqué la puerta y no hubo respuesta, volví a tocarla pero nadie salía, miré al suelo resignado cuando la puerta se abrió, mis ojos saltaron sorpresívamente, mi corazón latía más acelerado, la corona se comenzó a caer, la arreglé, movía mi capa con la mano derecha, jugaba con mis botas en la tierra, ese Muñeco, estaba frente a mí. Siento mi cara ruborizada, levanté la mirada, -¡está mirándome!- incliné la cabeza de inmediato hacia el suelo, no soporto que aquel Muñeco me mire - Ho ho hola . . . - Esperé una respuesta, sólo escuché un sonido nervioso que parecía ser también un hola. Extendí mi mano izquierda, la tomó torpemente, tapé sus ojos con mi mano derecha y al castillo nos dirigimos. El camino no puede ver, solo un plebello es, son ordenes reales, pero a mi habitación llegamos, allí es el invitado de honor. Destapé sus ojos pero aún cerrados los mantienía, cerré la puerta con llave, miré el cielo por la ventana, es perfecto, cerré las cortinas - Ya puedes mirar, dentro de mi alcoba estamos - El Muñeco abrió los ojos, yo estaba sentado en la cama, el Muñeco se sentó junto a mí, tomé su mano con algo de dificultad.
- ¿Sabes qué día es hoy? - le pregunté.

- El día en que al parecer el mundo se dice lo mucho que se quiere - me respondió él.
- ¿Y nosotros somos como todo el mundo?
- No, no lo somos.
- Es verdad, no lo somos, pero tampoco quiero quedarme atrás, el Príncipe no debe desentonar, y si hoy más que nunca todos algo especial hacen, pues yo también quiero hacerlo aunque admito que estoy improvisando.
- Y ¿entonces?
- Entonces ven conmigo.
Salimos de la habitación, bajamos las escaleras, su mano nunca solté, yo a su izquierda, él a mi derecha. Llegamos al vestíbulo, recordé al Mimo, y creo que la respuesta de su ausencia encontré. Un rincón, a un costado del gran reloj, una escalera algo más angosta había, la subimos y con una pequeña puerta nos topamos, le pedí que sus ojos cerrara, los cerró, abrí la puerta, pasamos y volví a cerrarla tras nosotros, observé el cielo, seguía siendo perfecto, sin pedirle que abriera los ojos lo abrazé. Cuando el abrazo cesó, le pedí que los ojos abriera, estábamos en la torre, ese rincón favorito del Príncipe, la torre que fuera y dentro al mismo tiempo estaba del castillo, miré nuevamente nuevamente, él también lo hizo.
- El cielo, una vez más demuestra una utopía concretada en la realidad.
Los soles se escondieron y un eclipse de fucsia y morado daba lugar en el cielo, mezclando sus colores creaban un tono morado sutilmente rosa, sólo era posible ver aquel fenómeno y algunas estrellas en aquel enorme trozo de atmosfera; tomé la varita que escondida traigo bajo la capa, la sacudí en pos de las estrellas y con ellas escribí un TE AMO. Sus ojos brillaban con tal intensidad que no evité derramar un par de lágrimas, yo lo miraba y él no despegaba los ojos del cielo, su mano quise soltar y la apretó con más fuerza y uno de los dulces abrazos una vez más me obsequió. Nos sentamos un rato en el suelo, nadie hablaba, el día se hizo noche y apollado sobre su hombro mi cabeza estaba. Luego de un rato bajamos al vestíbulo, salimos por la puerta principal del castillo, pasamos por el puente y buscamos ese perfecto césped rosa con árboles de colores fríos. Llegamos a nuestro destino, nos sentamos una vez más, me recosté sobre aquel cómodo pasto, arriba de nosotros miles de hojas azules hacían presencia, a mi lado el Muñeco se recostó, lo miré por seis minutos, él esquivaba mi mirada, incliné mis labios sobre los suyos, y en aquel césped, bajo aquel árbol un beso quedó plasmado.